La revolución digital que está viviendo la sociedad actual demanda la continua adquisición de nuevas competencias sociales y tecnológicas para poder desenvolverse con normalidad y abordar retos futuros. El ámbito laboral no queda al margen de dicha revolución. En consecuencia, se produce una espiral de generación de nuevas profesiones derivadas de los nuevos contextos digitales, tendiendo a desaparecer otras que poco a poco van quedando obsoletas o siendo abandonadas por la imposibilidad de mantener una actividad económica sostenible derivada de las mismas. Esta nueva sociedad que poco a poco se va configurando se caracterizará por los continuos cambios, la complejidad y la interdependencia (OECD, 2005), de modo que para adaptarse con cierta agilidad a los cambios que irán surgiendo será necesario mantener una actitud proactiva que permita al individuo identificar sus carencias, para poder generar nuevo conocimiento, o reciclar el ya existente, a lo largo de toda su vida. Son numerosos los organismos internacionales como la UNESCO o la Unión Europea, dentro de sus sucesivos planes estratégicos para la educación, que están haciendo hincapié en el concepto Lifelong Learning o aprendizaje permanente (Belando-Montoro, 2017). En 1995, el «Libro Blanco» desarrollado por la Comisión Europea, titulado White Paper on Education and Training, introdujo por primera vez en sus retos iniciales el concepto de «Formación a lo largo de la vida» o Lifelong Learning (Comisión Europea, 1995). Podemos definir el concepto de Lifelong